¿Y la gran renuncia mexicana?

Foto: 89Stocker

Estados Unidos tiene un problema. Y es que, a pesar de que su actividad económica ya recuperó el nivel prepandemia, se ha enfrentado a una oferta insuficiente de capital humano. Tanto así que, en junio de 2022, 10.7 millones de ofertas laborales quedaron vacantes ante la falta de trabajadores que quisieran ocuparlas. No es poco común ver, en ciudades como Los Ángeles o Chicago, negocios obligados a reducir horarios de operación por falta de mano de obra, incapaces de satisfacer las necesidades de los clientes que los frecuentan.

El fenómeno, recién denominado como la Gran Renuncia (the Great Resignation), se debe en parte a los apoyos económicos proporcionados por EUA para evitar un colapso de la economía ante la pandemia. Estímulos como las transferencias de hasta $1,400 dólares mensuales por persona, que se sumaron a seguros de desempleo y la inversión de más de 20% del PIB en medidas para enfrentar la crisis. Todos ellos incentivos para que muchos decidieran no regresar inmediatamente al mercado laboral una vez que pasó lo peor de la pandemia. Otros simplemente optaron por renunciar a puestos en los que no estaban satisfechos.

La cantidad elevada de renuncias y puestos vacantes refleja un cambio en las prioridades de los trabajadores: en un vuelco provocado por el confinamiento, el factor monetario ya no es la única pieza de negociación que las empresas tienen para atraer y retener trabajadores. En EUA, los salarios han perdido cierto nivel de importancia en las decisiones del talento, y han sido opacados por consideraciones relacionadas con el clima laboral.

Tomó una pandemia para que los trabajadores -jóvenes, en su mayoría- expresaran de forma contundente las necesidades de un buen ambiente de trabajo: líderes que inspiren y se preocupen por sus trabajadores, cargas laborales sostenibles y posibilidades de desarrollo profesional, así como la flexibilidad en tiempos, espacios y esquemas que se adaptaran a su nueva realidad. Hoy, ya no basta con un buen “paquete de compensación”: las empresas deben ir más allá.

¿Pasa lo mismo en México? La respuesta es un rotundo no. El empleo ya recuperó su nivel prepandemia, y la cantidad de trabajadores formales que abandona su empleo mantiene proporciones similares a las observadas antes de la crisis. La Gran Renuncia Mexicana no existe. La nula red de seguridad social no lo permite. México no tuvo una respuesta fiscal fuerte ante la crisis ni garantizó un seguro de desempleo. Así, muchos mexicanos se ven orillados a trabajar a toda costa, aunque sea  en empleos informales, con pocas horas o una remuneración insuficiente incluso para cubrir necesidades básicas.

No es que los trabajadores mexicanos no quieran tener mejores condiciones laborales, priorizar sus espacios personales o buscar empleos que los inspiren a crecer. Más que nunca, el acceso a redes virtuales que permiten conocer diferentes experiencias y ampliar el espectro de información genera mayor conciencia sobre las condiciones en otras regiones, que se podrían exigir también en México. Esto es particularmente cierto para la generación más joven, que representa 60% de la población del país que usa internet. Pero el mercado laboral de nuestro país tiene otras montañas que escalar. Y en ese sentido, la informalidad es el Everest. 

Cuando más de la mitad de los trabajadores tiene un empleo informal, sin acceso a derechos plenos y con poco poder de negociación, elementos como un líder solidario, cargas sostenibles, o flexibilidad laboral se relegan en la lista de exigencias. Esto es aún más grave para las nuevas generaciones: 7 de cada 10 trabajadores jóvenes son informales. Un empleo formal, con condiciones básicas como un vínculo reconocido por el gobierno, y prestaciones como acceso a servicios de cuidado de salud, aportaciones a una cuenta de ahorro para el retiro e incluso días de vacaciones pagados, es un privilegio al que pocos jóvenes pueden acceder.

Los retos laborales de Estados Unidos y México son tan diferentes como sus ubicaciones cercanas. El primero va un paso adelante; con un mercado más ordenado, su reto está en ajustarse a los nuevos requerimientos de calidad laboral de los trabajadores. México está un paso atrás; sigue luchando contra la informalidad. Aunque el esfuerzo que implica conquistar esa montaña probablemente no muestre frutos hoy, tal vez lo hará para los casi 22 millones de jóvenes que están en edad de entrar al mercado laboral, y los más de 21 millones que lo estarán en los próximos 10 años.

Publicado en El Economista.

15-08-2022