¿Otro año de estancamiento?

FOTO: CARLOS ALBERTO CARBAJAL/CUARTOSCURO.COM

Llegó el momento de hacer los pronósticos para 2023. Esos pronósticos para los cuales uno necesitaría una bola de cristal, pero al no existir tenemos que conformarnos con usar la información que tenemos disponible y, por supuesto, asumir los errores consecuentes. Empecemos con el cierre de año, ¿cómo cerró el año pasado y qué condiciones se muestran para este y los años venideros?

¿Cómo cerró 2022?

El año pasado terminó con resultados económicos ligeramente mejores a los que se anticipaba a principios del mismo, pero el contexto siempre es importante y más cuando hablamos de promedios y porcentajes en temas económicos. La economía mexicana habrá cerrado 2022 con un crecimiento cercano a 3%. Ante ese dato hay quien ve un crecimiento sólido de la producción nacional, y algunos otros, con más mesura, únicamente la concreción de una recuperación posterior a la pandemia de Covid-19 de 2020, cuando se vivió la segunda caída económica más fuerte en los últimos 122 años. Los datos correspondientes al tercer trimestre del año mostraron que finalmente en esos meses la economía mexicana alcanzó los niveles de producción que se tenían en los meses previos a la pandemia. La recuperación le tomó a México más tiempo que otras economías comparables, quizás la falta de apoyos económicos durante los meses más críticos contribuyó al rezago.

Como es natural en cualquier choque de esa magnitud, ni todos los sectores ni todos los estados cayeron en la misma forma. Ha pasado lo mismo con la recuperación. Hay sectores que han tenido una recuperación por arriba de la tendencia que llevaban antes de 2020 y hay otros que tendrán que reinventarse o vivir ajustes más serios. El sector de servicios de salud, incluyendo medicamentos y suplementos alimenticios, lleva la delantera. Al tercer trimestre del año pasado, el sector llevaba un crecimiento por arriba del 15% de la tendencia que tenía previamente. Un fenómeno similar ha mostrado el comercio al por mayor, con una recuperación de 113% frente a sus indicadores del primer trimestre de 2020.

Pero la recuperación a los niveles previos a la pandemia obvia el gran detalle de que en 2019 la economía mexicana mostró un decrecimiento ligero; ligero en términos porcentuales, pero sin nada exógeno que explicara la caída. No hubo problemas intrínsecos en la transición del gobierno, ni crisis financiera internacional, ni guerras en Europa, ni recesión en nuestros socios comerciales. La caída económica de 2019 fue completamente hecha en casa.

Hay que añadir que la economía mexicana, siendo una economía emergente, no tiene por qué decrecer. Nos quejábamos —me incluyo— de un crecimiento promedio mediocre de 2% o 2.5% a lo largo de las últimas dos décadas porque ese crecimiento era menor al potencial del país, tal vez no mucho menor, pero sin duda con una brecha de producción que significaba que México no estaba utilizando sus factores productivos de la mejor manera. Ese 2% era prácticamente inercial, insuficiente para mejorar las condiciones de vida de la mayoría de los mexicanos e ir cerrando brechas de pobreza y de desigualdad con mayor rapidez.

Regreso a 2019 por una razón particular. No es solo el decrecimiento de ese año; tampoco es que haya sido ligero o no; es, sobre todo, porque ese año y a finales del previo se tomaron decisiones que afectarán la capacidad de crecimiento del país en el mediano y en el largo plazo. Y es ahí donde quisiera enfocarme. México padece, desafortunadamente y al igual que muchos países latinoamericanos, de una enfermedad crónica y probablemente degenerativa: la incapacidad de planear.

¿Qué viene en 2023? ¿Y más adelante?

Precisamente al escribir estas líneas pienso si lo que acontecerá en 2023 es lo más relevante. Todo puede suceder, desde luego, pero las condiciones que existen hoy plantean un panorama ciertamente complicado. La inflación, y consecuentemente los ciclos alcistas de tasas de interés, nos dejan ver que terminó la época del dinero barato, del dinero gratis, habría que decir. Viene un año de ajustes monetarios importantes.

En años recientes hemos visto el nacimiento y crecimiento de empresas innovadoras que básicamente surgieron no por lo exitosa de la idea original o por la solidez de su plan de negocios, sino por el financiamiento millonario de diferentes fondos de inversión en todo el planeta que buscaban dónde poner el dinero que había sido inyectado a las economías a tasas nominales bajísimas o incluso negativas. Empresas que, en cada una de sus operaciones perdían dinero, tendrán que reinventarse o ajustar sus precios moviendo, desde luego, al mercado. El fin de la era del dinero barato decidirá cuáles ideas eran verdaderamente innovadoras y cuáles fueron únicamente oportunistas.

El ajuste, sin embargo, es necesario. Será doloroso porque la Reserva Federal prácticamente inundó a las economías de dinero y habrá que revertir las malas prácticas que pudieron generarse a raíz de ello. Con tasas de interés más altas la situación económica de prácticamente todo el mundo se vuelve más complicada y la de México no será la excepción. El incremento en el costo del crédito implicará frenos en el consumo y en la inversión, que ya de por si se encuentra no solo estancada, sino muy rezagada en el caso mexicano.

La inversión es, a mi parecer, el mejor indicador de confianza que existe. No mide lo que la gente dice, no evalúa las opiniones de los empresarios, no le pregunta a nadie lo que cree que va a pasar con el país o su estado de ánimo frente a la situación económica. La inversión refleja con cifras claras los recursos que se destinan a la generación de capacidad productiva. La inversión, en el caso de México, no ha recuperado los niveles que tenía antes de la pandemia y por supuesto tampoco los que existían en 2018. De hecho, la inversión se encuentra 5.9% abajo del nivel que tenía al iniciar el sexenio del presidente López Obrador.

Llama la atención que la inversión pública ha caído todavía más. A pesar de la narrativa sobre obra pública que existe hoy en día –el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, el Aeropuerto Felipe Ángeles– los datos muestran que los recursos públicos destinados a inversión están 14.3% debajo de los que existían a finales de 2018.

Es aquí donde regresamos justo a la pregunta sobre qué nos depara el 2023 y creo, casi, que la pregunta es parte del problema. Hablamos de las cifras recientes y de los meses próximos. Hoy la pregunta es cómo cerró 2022 y qué viene en 2023, pero hablamos de ellos como si nosotros –los ciudadanos, los políticos, los tomadores de decisiones– no tuviéramos injerencia en ello. La realidad es que el crecimiento económico lo vamos forjando a lo largo de los años con las decisiones que tomamos día a día. Es ahí donde decisiones tomadas años atrás, sexenios atrás incluso, afectan las condiciones actuales y las futuras de este país y de cualquier otro.

Por eso, la decisión de cancelar el que hubiera sido el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México implicó mucho más que el costo financiero de la obra. Implica, incluso, aún más que el potencial de carga y pasajeros que ese aeropuerto hubiera significado. Con esa decisión, con ese manotazo sobre la mesa, el presidente dejó claro que el suyo sería un gobierno donde las decisiones se tomarían por capricho, sin evaluar los costos y los beneficios sociales de la obra pública y que la última palabra siempre la tendría él. Eso no es otra cosa sino una mala noticia para cualquier país y, desde luego, para cualquier inversionista.

A partir de ese momento, la inversión ha caído y no ha logrado recuperarse. El freno de la inversión en México no fue el Covid-19 y no ha sido tampoco el incremento de la tasa de interés. El freno se llama desconfianza.

Sin inversión no se sientan las bases para el crecimiento futuro. México es una potencia exportadora en el sector automotriz porque hace más de 25 años se sembraron las semillas para que así fuera. El crecimiento del sector agroindustrial no es una mera casualidad ni se debe a factores exógenos; se debe al impulso que se le ha dado –con tiempo, dinero y esfuerzo– a ese sector. La inversión es la que forja la capacidad instalada y es a través de esa capacidad instalada que podemos hablar del crecimiento potencial del país. ¿Cuánto podría el país crecer si utilizamos eficientemente la capacidad instalada que tiene?

Más allá del crecimiento puntual de 2022 o 2023 que, en efecto, puede verse afectado por factores exógenos como guerras, epidemias, desastres, recesiones y demás, deberíamos hablar más de las condiciones que se están construyendo, o dejando de construir, para el mediano plazo. Es ahí donde la discusión se detiene. Entiendo que nuestro interés esté en lo cercano, en lo inmediato, pero es en esa obsesión comprensible que dejamos de lado la construcción de un futuro. López Obrador, en uno de los primeros discursos que dio ya como presidente, mencionó que todas las obras públicas que se iniciaran en su administración se terminarían antes de que terminara el sexenio. Hubo aplausos. El que esa frase se haya visto como buena noticia es síntoma del problema que tenemos. No somos capaces de ver hacia adelante.

¿Y si no somos capaces de ver hacia adelante cómo vamos a educar a los niños para poder usar la tecnología del futuro? Hoy construimos refinerías y trenes con tecnología de hace décadas. No queremos ver que el mundo gira y no se va a detener para esperarnos.

De regreso a 2023

Pero regresemos al tema que nos convoca hoy y hablemos de las expectativas de 2023. Como mencioné hace algunos párrafos, las condiciones monetarias más estrictas serán un freno relevante para la mayor parte de las economías industrializadas. Hace un par de meses, Bloomberg asignó 100% de probabilidad a que se concrete una recesión en Estados Unidos. Más allá de las implicaciones de crecimiento que esto tendría globalmente una recesión –o desaceleración– en ese país nos afectará por la vía comercial.

El sector externo, entendido como las exportaciones y las importaciones, fue el primero que se recuperó en la fase post pandemia. México es un país comercial y la integración ha sido la fuente primordial de crecimiento en este último par de años. Una recesión en Estados Unidos no es una buena noticia para México.

Más allá de las probabilidades que se le asignen a este hecho, lo más complicado de los ciclos económicos es que no podemos pronosticar ni su duración ni su magnitud. Las cifras económicas de Estados Unidos no han sido malas, pero sí han sido mixtas. El mercado laboral muestra signos de escasez de trabajadores; durante 2022 hubo prácticamente el doble de vacantes que de personas desocupadas. Sin embargo, esto puede ser reflejo del desajuste brutal producto de la pandemia. La Gran Renuncia, como se le ha llamado, implica cambios de fondo en la estructura del mercado laboral, pero eventualmente vendrá un ajuste y creo que cada día estamos más cerca de que eso suceda.

En México, ya se recuperaron los empleos formales que se perdieron durante la pandemia, pero no se han creado los suficientes para dar cabida a la población que se ha ido incorporando a la población económicamente activa en estos años. Las entidades más rezagadas en este tema son la Ciudad de México y Veracruz.

En la misma línea, será interesante ver cómo se concretan las negociaciones salariales de este año. La inflación irá cediendo poco a poco, pero conforme a las expectativas de Banco de México, se alcanzará el rango objetivo hasta 2024, lo que presionará las demandas de mayores salarios por parte de los trabajadores que han visto el deterioro notable de su salario real en los últimos 18 meses.

Los incrementos en la tasa de interés de referencia seguirán durante los primeros meses del año, quizás se alcance una tasa de interés de 11.50% o 12% si no ceden pronto las presiones inflacionarias. Después de alcanzar este tope habrá que esperar a ver el comportamiento de la economía norteamericana e ir ajustando las respuestas monetarias a las condiciones foráneas y locales.

Hay temas preocupantes. Mencionaba hace algunos párrafos la importancia del comercio para México. En 2023 tendremos la respuesta ante el diferendo energético que puede implicar cambios en la relación con nuestros socios comerciales. El resultado de las consultas y la probabilidad de que la disputa llegue a la conformación de un panel marcaran el tono durante los primeros meses, al igual que la más reciente diferencia a raíz de la prohibición para importar maíz amarillo proveniente de los Estados Unidos. Ambos temas, por razones distintas, no solo tienen el potencial de dinamitar la relación económica más importante que tiene el país, sino que son definitorias para la competitividad de México.

Más allá del resultado de las consultas o el probable panel en materia energética –cuyo resultado es clave– es importante decir que los cambios legales han hecho el mercado energético del país, en particular el eléctrico, menos eficiente, menos dinámico y más sucio. Cualquiera que sea la industria o el sector que se quiera impulsar y desarrollar necesitará energía. Sin ella, el crecimiento simplemente estará topado. Sin energía de calidad y a precios competitivos no habrá forma de aprovechar las oportunidades que el nearshoring o el allyshoring podrían traerle al país. Además, cada vez más empresas transnacionales exigirán el cumplimiento de metas de energía limpia o de energía renovable que México no estará en posibilidad de ofrecer.

Esa destrucción del potencial del país podrá no observarse en el corto plazo, este mismo año, pero sin duda le pasará factura al crecimiento y al desarrollo del país en el mediano plazo, por no hablar de lo verdaderamente relevante que es el medio ambiente.

¿Cuánto crecerá el país en 2023?

El estimado más optimista para el crecimiento de 2023 lo tiene la Secretaría de Hacienda situándolo en 3%. Dudo que la propia secretaría considere factible ese crecimiento, más bien la estimación “optimista” está relacionada con los estimados de recaudación fiscal. Las demás instituciones tienen expectativas de crecimiento considerablemente más moderadas, por debajo de 2% y llegando al 0%, como el caso de Bank of America. Quizás el factor que más pese sobre los estimados de crecimiento del producto para México sea la desaceleración de la economía estadounidense.

Todavía hay demasiadas variables en el aire. No sabemos cuál será el resultado de las disputas en materia comercial. No conocemos tampoco si se terminará la guerra en Ucrania ni el impacto que podría darse en materia energética en caso de que la situación se complicara aún más. Aunque esperamos ya estar en franca salida del tema sanitario en materia de Covid-19, lo cierto es que no sabemos si estamos a la espera de otra variante o si seremos capaces de reaccionar si las cosas se vuelven a complicar en México o en el mundo. No sabemos si se concretará la recesión en Estados Unidos y mucho menos cuál será su duración ni magnitud.

Esa incertidumbre provoca que el promedio de las expectativas de crecimiento para la economía mexicana ronde 1.13%, una cifra a todas luces mediocre para lograr una mejora real en las condiciones de vida de la población.

Seguiremos viendo la profundización de la brecha regional del país. Habrá estados del centro y del norte del país que se beneficiarán de la regionalización de cadenas productivas en mayor o menor medida, mientras que el sur seguirá padeciendo el rezago en inversión productiva, infraestructura energética y de comunicación y, sobre todo, en capital humano, resultado de una nula planeación de mediano y largo plazo. De esta forma, seguirá habiendo entidades competitivas con tasas de crecimiento altas y estados rezagados con bajas tasas de crecimiento o incluso negativas, llevando el promedio del crecimiento del país a cifras verdaderamente mediocres.

El tema que será más relevante será el análisis de la destrucción de capacidad instalada que se puede dar en el último par de años de esta administración. No se tratará de si este año o el pasado fueron buenos, o si a algunos grupos empresariales les fue como nunca les había ido, sino de la capacidad que tiene el país de crecer en el mediano plazo.

Si no se invierte en infraestructura de calidad que conecte al país no solo dentro del propio territorio, sino hacia afuera, poco a poco iremos perdiendo la competitividad que los tratados de libre comercio nos han dado. Si no procuramos un mercado energético competido y competitivo no habrá manera de que México aproveche la oportunidad que el conflicto entre China y Estados Unidos le está dando. Si no nos damos cuenta de que el cambio climático es real y ajustamos nuestros procesos productivos para hacerle frente perderemos hasta los recursos naturales que tiene el país. Si no entendemos que hay que cambiar el sistema educativo de fondo –el público y el privado– habrá poco qué hacer para poder surfear la ola del cambio tecnológico.

Ante todas estas condiciones complejas y estas decisiones que hay que tomar lo que suceda en 2023 parece demasiado inmediato. Lo es. Ojalá que México algún día entienda su lugar en el mundo y tome la responsabilidad de mejorar las condiciones de vida de su población. Sí, el corto plazo importa, pero también urge formar un mejor país.

Publicado en Revista Este País.

02-01-2022