El gobernador de Chihuahua, César Duarte, propuso enrolar en las Fuerzas Armadas a los millones de jóvenes que no tienen oportunidades de estudiar, ni opciones para trabajar. José Narro, el rector de la UNAM, respondió que la solución para el desafío demográfico de los ninis implica duplicar la cobertura de la educación superior. Qué sucedería si se hace una combinación de ambas propuestas con un objetivo específico: convertir a las Fuerzas Armadas en la escalera más sólida de ascenso social en México. César Duarte propone emplear a miles de jóvenes para que no se vayan a las filas del crimen organizado. Narro quiere darles educación. ¿Por qué no ofrecerles ambas oportunidades?
La idea no es original, ni imposible. En Estados Unidos existe una serie de programas de becas y apoyos donde, a la par de una preparación académica, los jóvenes inician su formación militar. Después de realizar sus años de servicio, los soldados tienen la opción de continuar la carrera militar o integrarse a la vida civil con un título profesional. En enero pasado conocí a Chris Niehaus, el director de innovación gubernamental de Microsoft en Estados Unidos. Antes de trabajar para Bill Gates, Niehaus trabajaba para el Tío Sam: “Yo era ingeniero militar. En la guerra de Bosnia me dediqué a reconstruir los puentes que eran bombardeados por las fuerzas enemigas”. “¿Cómo diste el salto del Ejército a una empresa de tecnología?”. Le pregunté: “Yo era un ingeniero de construcción de infraestructura carretera. Creo que Microsoft me contrató por mi experiencia en coordinar grandes equipos de gente”.
El Ejército Mexicano tiene planteles universitarios pero su escala es minúscula para atender la demanda académica de la población militar. Para el año 2009, la Secretaría de la Defensa tenía 206 mil efectivos, pero ese año los planteles militares de nivel técnico o licenciatura apenas tuvieron 2 mil 560 egresados, un 1.2% del total de uniformados. La Sedena genera más desertores que licenciados. En Estados Unidos, cerca del 40% de los efectivos militares tiene acceso a educación profesional. En México, las escuelas de ingeniería del Instituto Politécnico Nacional tienen un presupuesto anual de 6 mil 500 millones de pesos y tienen cerca de 10 mil egresados al año. Con el gasto del gobierno federal en publicidad oficial en 2010, alcanzaría para pagar más de la mitad del presupuesto de un Instituto Politécnico Militar. Después de sus años de servicio, la formación académica permitiría a los soldados reintegrarse a la vida civil con un título profesional y con destrezas distintas a las que ofrece la formación militar.
En la mayoría de las democracias modernas, el secretario de la Defensa no es un militar sino un civil. En España, el jefe de gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, designó a la abogada Carme Chacón como la primera mujer encargada del Ministerio de Defensa. Cuando Chacón asumió el mando de las Fuerzas Armadas españolas tenía un hermoso vientre abultado ocupado por un bebé en proceso de gestación. Por favor, no me digan que algo semejante jamás ocurrirá en México. El antiguo Ejército que siguió las órdenes del dictador Francisco Franco, ahora se cuadraba ante la voz de una abogada-embarazada. Este profundo cambio en la cultura militar española ocurrió en poco más de tres décadas.
¿Qué tendríamos que hacer para lograr una transformación semejante en nuestro país? Construir más puentes de comunicación entre las esferas civil y militar. Un Ejército formado por ingenieros, químicos y programadores de software tendría mejor capacidad de adaptarse a la jurisdicción de mandos y tribunales civiles. Multiplicar por 10 la infraestructura académica del Ejército apenas cubriría la demanda de un porcentaje mínimo de la población de ninis. Sin embargo, transformar al Ejército en un puente meritocrático de acceso a la clase media podría tener un efecto demostración en millones de niños y jóvenes mexicanos: donde hay buena educación, no hay brechas sociales.