Las mexicanas necesitan tener autonomía económica. Y aún falta mucho por hacer.

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La familia “tradicional” está en transición. La estructura en la que el hombre fungía como proveedor y la mujer era solo responsable de las labores del hogar y de cuidados ha cambiado para comprender que cada familia tiene su propio concepto, sin un modelo fijo ni reglas preestablecidas.

Esta evolución es posible porque las mujeres llevan décadas adentrándose en el mercado laboral, lo que empuja a que más tengan autonomía económica: la capacidad de generar ingresos y recursos propios en igualdad de condiciones que los hombres, indispensable para tener control de nuestro bienestar.

El empleo remunerado de las mujeres permite repensar las relaciones de poder, compartir la toma de decisiones y contribuye a que los hogares tengan mayores ingresos y ahorro, así como una mayor proporción de jefas de familia.

Sin embargo, en México todavía 29% de las mujeres de 15 años y más no reciben un ingreso propio, en contraste con 8% de los hombres, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Es decir, casi cuatro veces más mujeres mexicanas que hombres carecen de autonomía económica. La proporción de mujeres sin ingresos propios aumentó 15% entre 2018 y 2020. Somos el octavo país en América Latina con mayor porcentaje de mujeres sin ingresos propios y el segundo con la mayor brecha de género, solo después de Bolivia.

A pesar de que hoy vivimos en un país con menos embarazos adolescentes, en donde 94% de las niñas de seis a 14 años asisten a la escuela y cada vez más mujeres alcanzan mayores niveles educativos, muchas de ellas no reciben una remuneración. ¿Por qué las mujeres en México enfrentan una mayor desigualdad para alcanzar una independencia económica?

Aun cuando las oportunidades y condiciones para las mujeres son mejores que aquellas que enfrentaron nuestras madres —no se diga de nuestras abuelas— los cambios son lentos y la participación de las mujeres en el mercado laboral aún es baja. En México, únicamente cuatro de cada 10 mujeres de 15 años o más forman parte de él, a diferencia de siete de cada 10 hombres. En el país la participación laboral femenina está por debajo del promedio mundial y de la región latinoamericana.

Las mujeres enfrentan múltiples barreras para entrar, permanecer y crecer dentro del mercado laboral. El principal reto apunta a la distribución poco equitativa de las tareas del hogar y de cuidados entre mujeres y hombres. Las mujeres dedican en promedio 2.2 meses más al año que los hombres a tareas como limpiar, cocinar o cuidar las infancias, entre otras. Esta carga desproporcionada hacia las mujeres, ante el arraigo de los roles de género en nuestro país, reduce el tiempo disponible que tienen ellas para dedicar a otras oportunidades económicas.

La baja participación de las mujeres, sumado a la falta de condiciones equitativas en el mercado laboral, es un lastre que frena el potencial económico de México y contribuye a que existan más mujeres que dependen de fuentes de ingresos externas, ya sea de su parejas, familiares o transferencias por parte del gobierno.

También es relevante que los ingresos sean suficientes para cubrir las necesidades de las mujeres. No basta con cubrir la canasta alimentaria, sino considerar las de sus dependientes (hijos o adultos mayores). Las mujeres requieren que los ingresos sean propios y que estos sean suficientes para vivir dignamente. Esto es realmente tener autonomía económica.

Por eso se requiere que los ingresos sean realmente propios. Las transferencias sociales que otorga el gobierno, a pesar de que pueden aliviar la vulnerabilidad económica de las mujeres, no son sinónimo de autonomía económica porque dependen de un tercero que, en cualquier momento, puede dejar de brindar ese recurso. Esta situación de dependencia económica aumenta la vulnerabilidad de las mujeres de vivir una situación de violencia dentro del hogar cuando el tercero limita y condiciona sus ingresos.

El empoderamiento femenino se fortalece por medio de la autonomía económica. Para ello es necesario contar con mejores condiciones laborales: mayores ingresos, reducir las jornadas largas y políticas de flexibilidad que permitan el balance vida-trabajo, que les permitan acceder, permanecer y crecer en empleos de calidad para generar ingresos propios y suficientes.

Esto no es superficial ni ajeno a nosotras, es el cimiento de nuestra independencia. Que las mujeres tengamos autonomía económica para decidir en libertad es indispensable para construir un país que garantice la equidad entre mujeres y hombres.

Publicado en The Washington Post.

29-03-2022