El arte de descansar

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Este es un país en donde cada vez trabajamos más horas y demeritamos la importancia del descanso.

La semana pasada por fin salí de vacaciones. Es irónico, pero a pesar de que analizo y promuevo las prácticas de integración vida-trabajo se me dificulta tomar días libres fuera de los oficiales. El Imco (Instituto Mexicano para la Competitividad), donde colaboro desde hace una década, es muy generoso en torno a esta prestación, pero estoy tan enganchada en mis compromisos laborales y las actividades de mi familia que me cuesta encontrar el momento ideal.

Durante estos días pensé mucho sobre el descanso y su importancia. En particular, cuando vacaciono con mi familia la realidad es que descanso poco. Con tres hijos, incluyendo a una pequeña de dos años que parece un huracán, ávida de experimentar, cambio horas laborales por más horas de cuidados. Sin embargo, estas horas no remuneradas tienen un valor infinito, pues me desconecto de mi agenda y conecto más con los niños, lo que ayuda a fortalecer relaciones que, sin querer, se van desgastando con la rutina diaria.

Debo reconocer que en este país quejarme por cambiar horas laborales por más horas de cuidados –que disfruto– es un gran privilegio.

En México, la Ley Federal del Trabajo marca que las y los trabajadores tenemos derecho a seis días de vacaciones después de cumplir un año laborando en ese lugar. Este periodo es muy corto. Nos parecemos más a países como Estados Unidos, en donde no existe un mínimo de vacaciones garantizado, que a la Unión Europea, en donde el mínimo supera los 20-25 días.

Hace poco salió una iniciativa para reformar la ley y duplicar el periodo vacacional, cosa que es deseable. Sin embargo, si la iniciativa se aprueba solo 25.6 millones de trabajadoras y trabajadores, poco menos de la mitad del total, disfrutarían de más días libres con goce de sueldo. El resto, 32 millones que están en la informalidad, seguirán a expensas de su empleador, pues no tienen un contrato para exigir este derecho. Claro, y esto no contempla las tareas de cuidados que se hacen en turnos de 24/7 y recaen en su mayoría en las mujeres.

En este contexto, es duro pensar en mamás que tienen que gastar uno de los poquísimos días de vacaciones para que el pediatra revise a sus hijos o para inscribirlos cada ciclo escolar. Peor aún, muchas pierden el ingreso del día por atender diferentes prioridades en casa. ¿Cuál descanso? Ese es un lujo que pareciera muy pocas nos podemos dar.

Este es un país en donde cada vez trabajamos más horas y demeritamos la importancia del descanso. Esto pone en riesgo nuestra salud y nuestra productividad, pero las llamadas de alerta están ahí. Una de las grandes secuelas que nos dejó la pandemia es el agotamiento laboral (burnout) que les ha pegado sobre todo a las mujeres y que podría derivar en una epidemia de otras enfermedades, como la depresión. Para combatirlo es clave practicar el arte del descanso y fomentarlo. No solo entendido como vacaciones, sino también como dormir lo suficiente para estar saludables o pasar tiempo al aire libre para despejarnos.

¿Cómo alcanzar un equilibrio en donde nuestro bienestar esté en el centro? La respuesta no la tengo, pero mientras nos reconstruimos como personas y como sociedad tras la pandemia deberíamos considerarlo.

*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor y no representan la postura institucional.

Publicado en Opinión 51

08-06-2022