La semana pasada, el Presidente dio a conocer la decisión de establecer una cadena nacional que aproveche la programación del Canal Once, el cual transmite programación cultural desde sus estudios en el Instituto Politécnico Nacional.
Antes que nada, me gustaría aclarar que a mí me gusta la programación del Once. Me parecen especialmente buenas sus barras noticiosas de la mañana y de la noche; soy aficionado de la manera en que Adriana Pérez Cañedo reporta las noticias. Me gusta por su tono sobrio y objetivo. Pero, el mayor mérito de los noticiarios del Once es que en ellos se reportan las noticias sin payasadas ni comentarios graciosos, evitando los excesos editoriales que son tan comunes en la programación de las demás cadenas. Soy de aquellos que prefiere que los juicios de valor sean los míos y no los de un productor de noticiarios.
Como wonk de políticas públicas, también me atraen los programas de discusión que pasan por las noches después de las noticias. Me gusta mucho Primer Plano. Los que participan en este programa poseen mentes de primera. Comulgo especialmente con la visión del mundo de Leonardo Curzio y María Amparo Casar, pero disfruto enormemente el ir y venir razonado de todos los que participan en el programa.
Creo que las entrevistas que hace Ricardo Raphael en Espiral son soberbias; es capaz de extraerle jugo hasta a las piedras. También disfruto el programa de Ezra Chabot, él y sus colegas ineludiblemente hacen comentarios inteligentes sobre política y economía.
Entonces dirán, Newell ha de estar feliz con la decisión que toma el gobierno de ampliar la cobertura del Once al resto del País. Pero, no, y no porque no quiera que su programación llegue al resto del territorio nacional, si no por dos otras razones.
La primera es de índole político. Para cualquiera de los partidos políticos, y sobre todo para el que esté en el poder en un momento dado, la existencia de una cadena de televisión pública será una gran tentación para transmitir noticias y programación de una manera que favorezca sus intereses. Esta tentación requiere que se establezcan contra-pesos institucionales que garanticen la absoluta autonomía y objetividad de la nueva cadena de programación. Alejandra Lajous, quien fuera directora del canal durante diez años, advierte este mismo riesgo en una nota que recientemente distribuyó en internet. En ella escribe:
La televisión de servicio público se sustenta en la libertad de expresión, y ésta sólo puede ejercerse a partir de la autonomía e independencia del poder político y económico del gobierno.
La autonomía de gestión obliga a la transparencia administrativa. Los mecanismos de rendición de cuentas deben estar regulados por un estatuto.
La credibilidad de los medios se basa en el tratamiento que den a los asuntos públicos. Por ello, en toda su programación debe haber libertad absoluta de expresión y comprobada equidad en el acceso de los diversos actores políticos.
Estas ideas se contraponen al sistema de un Organismo Promotor de Medios Audiovisuales, dependiente de la Secretaría de Gobernación, que controle a la nueva cadena de televisión pública. Su sola existencia deforma el concepto mismo de televisión de servicio público.
Tiene toda la razón. Si bien estoy dispuesto a darle el beneficio de la duda al gobierno actual, me resulta imposible extender esa misma cortesía a gobiernos futuros cuyos líderes y prácticas políticas no conozco. Creo que con la decisión que tomó el gobierno se acaba de asumir un riesgo innecesario.
Dije arriba que la decisión no me gusta por dos razones; la segunda razón es que perdió una oportunidad para hacer las cosas de mejor manera. El propósito de llevar programación de alta calidad a todos los rincones del País se pudo haber logrado acelerando la digitalización de las señales que se transmiten al aire, pero sin correr el riesgo político citado anteriormente y fortaleciendo la competencia en los medios electrónicos.
La transmisión digital tiene la virtud de aprovechar más eficientemente el espacio radio-eléctrico. Donde cabe una señal analógica pueden caber varios canales digitales de TV. Por ello, digitalizando se podría haber creado no una, sino varias nuevas cadenas de televisión al aire; tantas como tenga apetito el mercado. Digitalizar las señales permitiría pegarle a varios pájaros con una sola pedrada: el Canal Once podría ampliar su cobertura al resto del País.
Aprovechar el radio-espectro más eficientemente podría ampliar la oferta de programación de todo tipo para todos los mexicanos, y entonces al haber más medios de transmisión disponibles, se hubiera reducido el riesgo de captura política de la nueva cadena de televisión de la mejor manera posible: por medio de la competencia.
Roberto Newell G. es Economista y Director General del Instituto Mexicano para la Competitividad, A.C. La opinión en esta columna es personal.