Las áreas de la economía mexicana más expuestas a la competencia son también las más desarrolladas y en donde los consumidores hemos visto mayores beneficios en precio, variedad y calidad. Antes, en México se vendían sólo modelos de autos de muy pocas marcas; hoy encontramos prácticamente cualquiera y a precios muy similares a los de otros países, donde también hay competencia.
Con la mayor competencia entre aerolíneas es cada vez más fácil y barato llegar a destinos dentro y fuera de México. Con la creciente apertura a los productos extranjeros podemos elegir entre mayor variedad de prendas, electrodomésticos, computadoras y casi todo lo que se nos pueda ocurrir. Las diferencias en precio se van achicando y la calidad crece. También se observan avances en los servicios financieros de todo tipo. Los bancos tienen que competir por la preferencia de sus clientes. Hasta en las telcos, donde hay gran controversia sobre el grado de competencia, se han expandido las opciones de proveedores de telefonía, televisión e Internet. Cada vez ofrecen más por nuestro dinero.
A pesar de los beneficios evidentes de la competencia, la convicción sobre sus beneficios no ha permeado el sector educativo. Seguimos esperando a que una reforma mágica haga que el proveedor monopólico de educación pública mejore sin enfrentar competencia. Insistimos en pedirle peras al olmo.
Mientras los estudiantes con pocos recursos no puedan elegir entre escuelas públicas y privadas, las escuelas públicas no tendrán que ganarse su preferencia. No estarán obligadas a mejorar. Si el presupuesto de las escuelas públicas no depende de su capacidad de ganarse la preferencia de los estudiantes, es ingenuo pensar que mejorarán significativamente los servicios educativos.
El gobierno está obligado a garantizar el acceso gratuito a primaria, secundaria y, a últimas fechas, preparatoria. Pero la obligación del gobierno de financiar la educación no implica que también tenga que operar las escuelas. Los gobiernos estatales ejercen la mayoría de los recursos destinados a la educación. Podrían poner a competir a las escuelas públicas con las privadas al entregarle a cada alumno y a sus padres la posibilidad de elegir libremente en qué escuela quieren gastarse el presupuesto asignado a sus hijos. Cada escuela tendría que mejorar para sobrevivir la competencia.