Hace unos días el Dr. Gerardo Esquivel (@esquivelgerardo), publicó en su blog El vaso medio vacío que aparece en Animal Político un excelente artículo respecto al tema de la deducibilidad de las colegiaturas. El título es elocuente. “Colegiaturas deducibles: pésima política pública”. Cuando yo estaba escribiendo esto, el artículo del Dr. Esquivel había sido retweetado 114 veces, y compartido en Facebook 449 veces, lo cual francamente me dio envidia de la buena; nunca había visto un artículo de blog tan leído en este periódico digital. Creo que es reflejo de lo polémico que es el tema y qué tan importante es para la sociedad mexicana. Felicidades a @esquivelgerardo por tan sonoro éxito.
Francamente, comparto con el Dr. Esquivel que la deducibilidad de colegiaturas no es la política pública más inteligente que podría seguirse para mejorar la calidad de la educación en México, y estoy de acuerdo con él respecto a la no neutralidad del esquema en términos de distribución del ingreso.
Hoy quisiera explorar una política pública alternativa, que francamente es vista como un anatema en México por temas más políticos e ideológicos que técnicos. La idea fue concebida por el economista liberal Milton Friedman en 1955, y consiste en limitar el rol del Estado en la provisión de educación, permitiéndole ser solamente un agente facilitador y financiador del proceso educativo. La idea es simple: imagínate que a tu casa te llega un cheque (un voucher, para ser consistente con la terminología original) que tu puedes cambiar por servicios educativos de tus hijos en la escuela que te de la gana, pública o privada. ¿Qué pasaría? Las escuelas chafas se vaciarían y las buenas tendrían exceso de demanda, pero ese exceso de demanda vendría acompañado de los recursos necesarios para aumentar su tamaño. Alberto Arenas hizo un buen artículo sobre la experiencia en Colombia y Chile en el uso de estos vouchers.
Arenas dice que el caso colombiano prueba que no necesariamente desaparece la educación pública bajo un esquema de vouchers. En Colombia las escuelas públicas tenían buena reputación y desde que se echó a andar el esquema en los años 90 para población pobre de edad secundaria, no se ha visto un éxodo masivo de la escuela pública a la privada. En Colombia, el modelo de vouchers quizás no continúe a futuro, dado que se han creado algunos modelos alternativos de financiamiento, como el de escuelas públicas en concesión. Los colegios públicos concesionados al sector privado han mostrado muy buenos resultados en las pruebas estandarizadas del ICFES (que es la institución que hace un examen estándar para entrar a la universidad en el país sudamericano). Probablemente la prueba del ICFES ayuda más a mejorar la calidad del sistema que cualquier mecanismo financiero. La prueba es una prueba estandarizada a nivel nacional que todos los bachilleres deben aprobar para entrar a la universidad.
En el caso chileno, los vouchers cubren el 90% de la población estudiantil preuniversitaria. El esquema se instauró 10 años antes que en Colombia, durante la dictadura militar. En 1981, el 80% de los estudiantes estaban en colegios públicos, y solamente 14% en instituciones privadas pero subsidiadas. Para 1996, solamente 60% estaban en el sistema pública y la participación en escuelas privadas subsidiadas vía vouchers subió a 34%. Las escuelas privadas no subsidiadas mantuvieron su participación en 5 a 6% de la matrícula total.
La mejor manera de mejorar la calidad de los sistemas educativos es promoviendo la competencia. Que los mejores alumnos compitan por los lugares en las mejores escuelas; que las escuelas, a su vez, compitan por los recursos que la sociedad asigna a la educación, sin importar si vienen del bolsillo privado o el público. La educación en México tiene pocos elementos meritocráticos, tanto del lado de la oferta como de la demanda. Es importante que esa meritocracia se construya.
Otra política alternativa a esta, sugerida por mi colega Armando Chacón en un artículo reciente de El Economista, es reducir la presión que tiene el joven educando, especialmente si es pobre, para entrar al mercado laboral inmediatamente y abandonar la escuela.
James Heckman, economista laureado con el Nobel, produjo un artículo recientemente en coautoría con el economista mexicano Oliver Azuara y otros, en el cual le da mucha importancia a la educación preescolar para el desarrollo futuro y las capacidades de aprendizaje de los jóvenes. Un subsidio directo a las familias para la educación preescolar haría más sentido que la deducibilidad de las colegiaturas.
El problema educativo de México es grave y se requiere seriedad en las políticas orientadas a su estímulo. Crear estímulos vía deducción de impuestos mata las posibilidades recaudatorias de los impuestos, hace que los subsidios no sean transparentes y puede generar regresividad. No me voy a envolver en el lábaro patrio, pero esto requiere una discusión más amplia que la simple deducibilidad fiscal de un tramo de la educación.