La semana pasada se difundió que México dejaría de participar en la prueba PISA que mide el desempeño de los jóvenes en lectura, matemáticas y ciencias. Inmediatamente surgieron partidarios y detractores de la prueba. Se decía que de poco ha servido la prueba PISA para mejorar la educación del país, que al final del día la política educativa estaba a merced de eso -de la política-, e incluso señalaban que los profesores filtraban los resultados de la prueba por lo que ésta carecía de validez. Esos argumentos – que criticaban la prueba—hacen evidente la necesidad de aplicarla.
Como en cualquier examen, los resultados de PISA arrojan información, pero la prueba en sí misma no dicta la política educativa, parecería innecesaria la aclaración. Los resultados de PISA en México son terribles. A las cosas por su nombre. Ha habido mejoras en el tiempo, sin duda, y eso es relevante. Los cambios que suceden en los sistemas educativos en el tiempo los podemos observar mediante una prueba estándar y bien diseñada. La prueba evalúa a mayores de 15 años porque es entonces cuando se considera completo el esquema de educación mínimo. Gracias a la prueba PISA sabemos, por ejemplo, que 35% de los estudiantes en México no logran aprendizajes suficientes en ninguna de las tres áreas evaluadas. Es decir, 35 de cada 100 jóvenes en México saben aritmética básica, pero no pueden aplicarla en su vida cotidiana. A eso se refiere la suficiencia.
Cuando recién terminaba su encargo como secretario general de la ONU escuché a Ban Ki-Moon hablar sobre el sistema educativo de su país. Más allá de los logros de la política educativa, como estar a la cabeza en los resultados de la prueba citada, lo que me pareció más relevante fue la historia que narró el diplomático. Contó que en los años posteriores a la guerra y buscando asesoría de diferentes organismos sobre cómo crecer e impulsar el desarrollo en Corea del Sur, el país se enfrentaba a una disyuntiva. Invertir en capital fijo -en fierros, fábricas, maquinaria- o invertir en capital humano. Pendientes desde entonces de los cambios sociales y tecnológicos que vendrían optaron por la segunda. Tomaron la decisión de educar.
Esa decisión ya se ha traducido en cambios importantes en la sociedad surcoreana. En 1990, el PIB per cápita ajustado por paridad de poder adquisitivo en Corea del Sur era 8 mil 352 dólares. El de México, 8 mil 81 dólares. Esa diferencia de 3.35% en aquel entonces se ha traducido en una diferencia de 110%, es decir, el PIB per cápita surcoreano es más del doble del PIB per cápita en México. Esos datos no toman aún el impacto de la pandemia, pero consideremos que el PIB de México cayó 8.3% en 2020 mientras que la economía de Corea del Sur se contrajo únicamente 1%.
En México se observa cierta correlación (no necesariamente causalidad) entre el PIB per cápita de los estados y el nivel educativo. La Ciudad de México se encuentra a la cabeza, seguida de Nuevo León. Al final, como en tantos otros indicadores de desarrollo, se ubican Oaxaca y Chiapas.
Espero que la prueba PISA se aplique este año. Es fundamental conocer el impacto de la pandemia en la educación. Pero más allá de eso, ¿decidiremos en algún momento priorizar la educación o seremos meros observadores de los cambios en el mundo?
Publicado en El Universal
11-05-2021