Hay enfermedades que se transmiten desde los genes. Las células que contienen la esencia de la vida también conllevan las probabilidades de la muerte. Nuestro país tiene un padecimiento genético. No es una enfermedad terminal, pero sí es un mal crónico-degenerativo. México está enfermo de populismo desde el cromosoma fundacional de la República.
El artículo tercero de nuestra Constitución contiene una imprecisión garrafal: “Toda la educación que el Estado imparta será gratuita”. Durante 2011, la “gratuidad” de la educación nos costará cerca de 4 mil 500 pesos por habitante. El dinero gastado en educación es una de las mejores inversiones que pueden hacer el gobierno y la sociedad mexicana. Sin embargo, esa inversión implica el desembolso de más de 400 mil millones de pesos anuales, por lo cual es un error asumir que es gratuita. La diferencia entre un principio ético y un derecho es un presupuesto. Anhelar o prometer que todos los niños mexicanos tendrán acceso a una educación de calidad no cuesta nada. Garantizar que ese anhelo se transforme en un derecho efectivo implica el desembolso de un dineral.
Asumir que ningún compromiso de gobierno puede ser gratuito es una manera de inmunizarnos contra el populismo. Una de las maneras más eficientes de encuerar a un populista es hacerle dos preguntas sencillas: ¿cuánto cuesta? y ¿quién lo va a pagar? Los diputados del PRI prometieron bajar un punto porcentual de la tasa del IVA. Sin embargo, al ver que le costaría 12 mil millones de pesos a los gobernadores estatales, los legisladores prefirieron tragarse un sapo y retractarse de sus promesas.
La quimera económica del populismo está basada en dos preceptos falsos: 1) Las cosas que paga el gobierno no le cuestan a nadie (sí hay almuerzo gratis) y 2) Las decisiones financieras que se tomen hoy no tendrán consecuencias en el futuro. Bajo estos dos principios equivocados se puede contratar deuda sin pudor, crear nuevos programas de gasto sin crear ingresos adicionales, regalar la tenencia de coches y prometer la reducción del IVA.
¿Cómo vacunarnos del populismo? Un primer paso sería quitar de la Constitución la palabra “gratuito” y todas sus derivaciones lingüísticas. El artículo 3 de la Carta Magna podría decir: “Toda la educación que el Estado imparta será sufragada por el erario público, por medio de los impuestos que paga la sociedad”.
Otro avance será hacer explícitos los costos de los bienes y servicios que ofrece la autoridad. En el Metro del DF, hay un letrero donde se avisa a los usuarios que el precio del boleto es de 3 pesos, pero el costo real de cada viaje es de 9. Algo similar ocurre en los recibos de luz que emite la Comisión Federal de Electricidad, donde se desglosa el costo real, el subsidio y el precio que paga el consumidor.
En los últimos tres años, uno de los subsidios más onerosos que ha pagado el gobierno federal es el que disfraza el verdadero precio de las gasolinas. De acuerdo con un estudio de la organización México Evalúa, realizado por John Scott, en 2008 el subsidio a gasolinas representó 218 mil millones de pesos, casi seis veces más del dinero asignado al Seguro Popular. Además, el 70 por ciento de este subsidio se concentró en el tercio más rico de la población. El subsidio a las gasolinas se redujo a 5.6 mil millones en 2009, pero se estima que a finales de 2010 pueda llegar a los 60 mil millones de pesos. Esto equivale al presupuesto de la UNAM por dos años y medio. Gastamos más en enmascarar el precio de los combustibles Magna y Premium que en la principal universidad del país.
En el Decreto de Presupuesto que se discute en la Cámara de Diputados, los legisladores podrían exigir que Pemex y la Secretaría de Hacienda presenten un reporte semestral que especifique los montos del subsidio a las gasolinas y la distribución de los beneficiarios por nivel de ingreso. Esta medida no bastará para inmunizarnos del populismo, pero al menos se arrojará algo de luz sobre uno de los desperdicios más absurdos y onerosos del dinero público.