Para Mayte
El viernes pasado mi esposa y yo fuimos a la Suprema Corte de Justicia a conocer los murales que se realizaron en cada una de las cuatro esquinas del edificio. Nuestra guía en esta expedición fue Mayte Sánchez. Ella es historiadora del arte; trabaja en la UNAM y fue comisionada por la Suprema Corte para escribir un libro sobre las obras recién concluidas. Fue una visita de lujo, guiada por una persona que cuenta con los conocimientos técnicos y artísticos para explicar los méritos de cada una de las obras en forma detallada y convincente.
Los murales fueron comisionados por la Suprema Corte como parte de los festejos del Bicentenario. El tema de las cuatro obras es la Justicia en México.
Cada uno de los artistas hizo su propia interpretación. Dos de ellas me impresionaron. La del maestro Luis Nichizawa Robles cumple con las expectativas de los que estamos acostumbrados a la tradición artística de los grandes muralistas mexicanos. La narrativa pictórica traza el desarrollo de la justicia desde antes de la conquista. En la planta baja Nichizawa usa símbolos de las culturales precolombinas (caballeros águilas, serpientes emplumadas, grecas colombinas, rostros indígenas, etc.) para representar los inicios de la justicia en el País. Pero los colores, símbolos y figuras emblemáticas van cambiando al paso que Nichizawa y sus colegas recorren la historia de la justicia en México. Culminan su obra con una gran imagen simbólica que representa la justicia corrompida por la influencia de intereses perversos y mezquinos que distorsionan los fallos del aparato de justicia. El mural en cuestión es una fuerte crítica al sistema de impartición de justicia actual.
La otra obra que me impresionó es la de Rafael Cauduro. En ella el artista aprovecha medios y técnicas muy contemporáneas para hacer una crítica feroz del sistema judicial del País. La obra toca varias de las fallas de nuestro sistema de procuración de justicia. Dedica un gran superficie al tema de expedientes perdidos en los cuales se hayan los detalles de miles de casos que claman ser atendidos, pero que se pierden en los laberintos de un sistema indiferente al reclamo de justicia de las víctimas. En la segunda planta, Cauduro hace una representación cruda de las fallas del sistema actual de justicia. Muestra imágenes en las cuales los representantes del orden usan torturas, violaciones, asesinatos y otros medios para arrancar “confesiones” de los ciudadanos que caen en sus manos. En la tercera planta, Cauduro tiene una escena de represión en la cual el Estado usa tanques, armas modernas y policias para mantener el orden e imponer su propia versión de lo que es justicia.
Los dos murales arriba descritos cumplen un propósito cívico muy útil. Nos recuerdan que aun después de doscientos años de vida independiente, las instituciones del País están lejos de cumplir con las expectativas mínimas de la mayoría de los ciudadanos. Espero que los mensajes que transmiten Nichizawa y Cauduro tengan impacto en las mentes y conductas de las personas que ejecutan las tareas de procuración de justicia en México. Si este fuera el caso, los recursos que se gastaron en estas obras habrían sido una gran inversión.
Es así como creo que se deben juzgar las obras comisionadas para observar los dos centenarios. Si las obras aun por inaugurar inspiran conductas cívicas plausibles del tipo que corresponde a una república moderna, entonces habrán servido un gran propósito. Si solo sirven para aplaudir el ego faraónico de algún político, entonces no solo habremos desperdiciado recursos, sino que se habrá perdido una oportunidad singular para avanzar en la construcción de un País de primera.
Las sociedades requieren símbolos emblemáticos que inspiren su evolución y den sentido y orientación a su desarrollo. El gobierno de la ciudad de México mostró que entiende esto cuando escogió el Angel de la Independencia como símbolo de la ciudad. Las banderas, los escudos heráldicos, los himnos y los textos que se leen en misa los domingos, también cumplen este propósito.
Durante las celebraciones del primer centenario se inauguraron varias obras que son emblemáticas de la ciudad (y del País): el Angel de Independencia, el Hemiciclo a Juárez, Correo Mayor, el Palacio Legislativo (lo que ahora conocemos como el Monumento de la Revolución), la Castañeda, el edificio de la SCOP, y varias más.
No todo fue edificado por el Estado. Varias casas comerciales aprovecharon el aniversario para engalanarse: Casa Boker, La Gran Sedería, El Palacio de Hierro y muchas más caen en esta categoría.
Si dentro de cien años todavía se reconoce el valor artístico y simbólico de las instalaciones que pronto se inaugurarán, entonces se habrá aprovechado el momento y se habrán invertido correctamente nuestros recursos. Si no, ya será tarde para recuperar lo invertido, pero no será demasiado tarde para recordar quienes fueron los individuos que desaprovecharon este momento histórico.
Roberto Newell G. es Economista y Director General del Instituto Mexicano para la Competitividad, A.C. Las opiniones en esta columna son personales.