COFEMER acaba de publicar su evaluación preliminar de los lineamientos propuestos por SEP y Secretaría de Salud para la venta y consumo de alimentos y bebidas en las escuelas. La postura es cuidadosa y mesurada. Recomienda que SEP mejore partes del análisis de beneficio-costo económico sobre el cual descansa la norma propuesta puesto que hay grandes diferencias entre la evaluación que hacen los entes de gobierno y la evidencia que presentan otros interesados en el tema.
El debate sobre la conveniencia de la norma ha sido intenso, aunque casi nadie niega que la incidencia de obesidad es muy alta entre los niños en edad de educación básica. Los análisis que se han hecho apuntan a que el problema de obesidad se agravó a partir de la firma del TLC con Estados Unidos y Canadá. El TLC hizo mucha más baratas las calorías que consumimos. Por ello, en solo dos décadas pasamos de ser una sociedad con una alta incidencia de desnutrición (insuficientes calorías) a ser una sociedad de mal-nutridos (demasiadas calorías de baja calidad nutricional).
El periodo de transición de calorías caras a calorías baratas fue muy corto y coincidió con otros fenómenos que agravaron el impacto: Por una parte, la rápida integración de la población rural a un estilo de vida urbano causó que los mexicanos tengan menor actividad física; y por otra parte la integración de las mujeres al mercado laboral causó que el costo de oportunidad de su tiempo subiera y que estuvieran dispuestas a dedicar menos tiempo y esfuerzo a preparar alimentos para sus familias. Todo esto afectó el peso de las personas y su propensión a sufrir enfermedades crónicas, del tipo que se asocian con el sobre-peso y la obesidad.
La incidencia de la obesidad entre los niños es parte de este problema. Pero achacar toda la obesidad a la disponibilidad de bebidas y alimentos procesados (“comida chatarra”) sería un grave error.
La disponibilidad de este tipo de alimentos en las escuelas es solo una pequeña parte del problema de la obesidad en los niños. Un estudio del National Bureau of Economic Research establece que cada 10% de aumento en la disponibilidad de este tipo de alimentos en las escuelas de EUA, causa que el índice de masa corporal de los niños aumente 1% y en niños con padres obesos, 2%. Por ello, es plausible pensar que reducir la presencia de alimentos procesados en las escuelas apunta en la dirección correcta. Pero mucho más importante que esto es eliminar las fritangas, tacos y tortas que se preparan y venden en las escuelas. La mayoría de las calorías que los niños consumen en ellas provienen de este tipo de alimentos.
Mejorar la dieta que consumen nuestros niños en las escuelas debe ser una consigna general. Pero ahí no acaba el problema: es importantísimo mejorar la dieta que se consume en los hogares de las familias mexicanas. Para ello, valdría la pena hacer un mayor esfuerzo de comunicación pública aprovechando los medios de comunicación electrónicos. La sola idea de tener que oír cientos de spots relacionado con esto me da flojera, pero si no se educa al público general, llegará el momento en que nos abrumen los costos asociados a la crisis de salud que se está gestando.
También es indispensable incorporar el ejercicio y la educación física a las actividades que diariamente se practican en las escuelas y en los lugares de trabajo. Una buena parte del problema de obesidad que sufrimos está relacionado con la vida sedentaria de los mexicanos de todas las edades.
Pero no nos confundamos. La crisis de salud que viene es ante todo una crisis que parte de los hábitos privados de salud de las familias mexicanas. Si lo único que se logra con los nuevos lineamientos de SEP/SS es satanizar la venta y consumo de productos procesados se habrá logrado poco (aunque si se habrá perjudicado a un sub-sector de la economía). El problema de salud que confrontamos tiene raíces mucho más profundas y diversas y requerirá políticas mejor enfocadas y más ambiciosas.
Las medidas que se han adoptado en México y en otros países para combatir la adicción al tabaco ofrecen lecciones que conviene tomar en consideración en el diseño de políticas públicas eficaces para combatir la obesidad. Ojalá que sepamos incorporar estas lecciones al diseño de políticas públicas para enfrentar la crisis de salud que se aproxima.
Roberto Newell G. es Economista y Director General de Instituto Mexicano para la Competitividad, A.C. Las opiniones en esta columna son personales.