El placer es una experiencia neuronal. Las relaciones sexuales, una copa de vino o una comida sabrosa desencadenan una serie de procesos químicos en el cerebro, que detonan sentimientos muy parecidos a la felicidad. En su libro La brújula del placer, el neurólogo David Linden hace un análisis de los variados detonadores de la satisfacción y el gozo. Los placeres más primitivos son sujetos de reproche bíblico. Varios de los pecados capitales son prohibiciones expresas sobre los excesos del placer como la gula o la lujuria. Las cárceles se encuentran llenas de de personas que trataron de lucrar con la búsqueda del placer por medio de substancias prohibidas por el Estado.
David Linden presenta también actividades legales y bíblicamente correctas que no generan atentados a la moral religiosa, pero que de igual forma producen un enorme placer. Las personas aficionadas al ejercicio conocen a la perfección la sensación de euforia que produce una buena carrera o una demandante travesía en bicicleta. De acuerdo con investigaciones de la Universidad de Oregón, el altruismo -la voluntad de ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio- también activa procesos en el cerebro similares a los que detona un orgasmo o una droga. La neurobiología ha comenzado a explorar la generosidad humana como uno de los catalizadores del placer.
Para ser un filántropo no es necesario tener la capacidad de sacrificio de la Madre Teresa de Calcuta, ni aparecer en la lista de Forbes. El libro Cómo cambiar historias, de Armando Chacón y Pablo Peña, nos demuestra que para gozar de la satisfacción que brinda el altruismo no se requiere de ser ni santo, ni millonario. El texto presenta un elocuente argumento de cómo modestas intervenciones individuales pueden transformar la vida de un niño o un adolescente en su proceso de adquisición de conocimientos.
La educación en México tiene muchos problemas. El sindicato magisterial tiene el poder de doblegar al gobierno federal y a varios mandatarios estatales. Los maestros no quieren rendir cuentas ni ser evaluados sobre sus capacidades para cumplir con su trabajo. A pesar de todas estas deficiencias, la educación es una de las mejores inversiones que puede hacer una familia mexicana. Los niños que pasan más años en la escuela tienen mejores niveles de salud, calidad de vida y oportunidades de ingreso. Chacón y Peña demuestran que una persona que termina la licenciatura gana en promedio 132% más, que quien sólo completó la secundaria. Esta diferencia de ingreso no es por una quincena, un mes o un año, sino a lo largo de toda la vida laboral. Con todo y Elba Esther Gordillo, la educación es el mejor cimiento para construir un México distinto.
El Estado cumple un papel fundamental en el financiamiento y provisión de servicios educativos. Sin embargo, la misión de formar ciudadanos de bien y personas productivas es una responsabilidad demasiado grande y trascendente para dejarla exclusivamente en manos del magisterio y la autoridad. Los individuos, las empresas y las organizaciones sin fines de lucro pueden hacer mucho por cambiar las historias y vidas de los mexicanos más jóvenes. Ese es el mensaje central del libro de Chacón y Peña. El doctor Enrique Dulanto es un profesionista exitoso que a lo largo de tres décadas ha dado alojamiento, guía y apoyo a 56 jóvenes de familias de bajos ingresos, donde muchos de los padres ni si quiera habían terminado la primaria. De esos 56 jóvenes, hoy 52 han terminado carreras profesionales y técnicas. Este mecenas educativo decidió cambiar a México, transformando una vida a la vez. Antes que los neurólogos más sofisticados, el doctor Dulanto descubrió que el altruismo puede ser un camino muy corto para alcanzar la felicidad. Cómo cambiar historias es una provocadora convocatoria y un manual de consejos para ayudar a la formación de niños y jóvenes mexicanos. En ese provechoso empeño, podemos hallar una de las versiones menos estudiadas del placer.